jueves, 13 de marzo de 2014

La formidable fábrica de miel_ Un árbol

Amigos míos os voy a contar una historia real que creo que os puede gustar. Soy un árbol y mi nombre es “Arce”, hay unas 160 especies reconocidas: rojos, blancos, plateados. Dónde más abundamos es en la zona de Norte América que se conoce cómo “el cinturón de maple” y también en Canadá, si conocéis la bandera veréis en ella nuestra hoja. También nos puedes encontrar en parques, paseos, jardines… busca y nos verás.

Los Acadios de Nueva Escocia fueron los primeros que aprendieron el proceso de Maple (arce). No es un producto cultivado ni fertilizado y la mano del hombre no interfiere.
Seguro que conocéis la miel de abeja, pero no la que producimos los arces, si contenemos una miel muy interesante. La temperatura es fundamental para que la savia revele su dulzura, el sabor varía según el árbol, color, temperatura o situación.

Se hace un hoyo que atraviese la parte exterior del tronco y sale la savia hacia afuera para ser recolectada, después se hierve para que pierda el agua. La miel es versátil y una miel pura, orgánica, saludable tanto para el cuerpo cómo para el espíritu.

En las dos guerras mundiales que ha habido, éste producto fue el endulzante de muchos hogares, ya que no había azúcar de caña.

Se puede usar en Crepes, gofres, en jarabe, para hornear cualquier dulce y se suele comercializar en bloques, caramelos o liquida.

¡Ah, también nuestra madera es buena para hacer muebles y suelos de interior estupendos!
Espero que os haya gustado mi relato y ya sabéis que hay otro tipo de miel pura que tiene bastantes aplicaciones y que cuando veáis un arce, sepáis algo sobre nosotros.

MarinaDuende



Aquella noche

Tras cerrarse la puerta, sintió frío e impotencia…
Aún con lágrimas en los ojos, respiró profundamente. Se ajustó el mantón negro y se cubrió la cabeza, apretó a su bebé contra su cuerpo e inició el camino, tenía que llegar cuanto antes a la casa de socorro, para curar a su niña y se apresuró, pues eran cuatro kilómetros lo que tenía que recorrer desde el cortijo hasta el pueblo, y no podía pensarlo más, pronto se haría de noche.
La niña había caído de una mecedora dónde ella la ponía, mientras hacía sus tareas en el hogar, aunque no le quitaba ojo, a otros dos niños mayores que tenía, no sabía cómo el bebé se había caído y lloraba desconsoladamente, cuando la cogió vio que tenía una pequeña brecha en la ceja izquierda, por dónde manaba sangre, ella le puso un pañuelo e intentó calmarla.
Cuando el marido entró y presenció la escena, empezó a insultarla a tratarla de inútil, que era lo más suave que le podía decir y le ordenó de mala manera que llevara a la niña a curar cuanto antes, sin parar de gritarle, apenas le dio tiempo de coger el mantón para protegerse, él  la empujó a la calle y cerró la puerta sin contemplaciones.
La niña había dejado de llorar durante el camino, y no se atrevía a tocarle la herida pues, se había dormido, cuando llegara al pueblo y la curaran, le daría el pecho.
Sentía miedo porque el camino era largo, ella era fuerte y podría llegar antes de que no se viera nada, se conocía el camino como la palma de su mano ya que siempre subía y bajaba andando y cargada cómo una burra, así que la niña pesaba poco para ella.
Después de todo y aunque era una noche ventosa, consiguió llegar a su destino.

MarinaDuende/Febrero_2014




Mi sentir

Huyo, sé bien de qué
Pero… ¿a dónde ir?
¿A quién acudir?

Mi pecho siente angustia
Mis brazos notan el rechazo
O la falta de caricias,
Una palabra cariñosa
De ánimo, un apoyo.

Mis sueños mueren
Sin una esperanza,
Sin un ¡te quiero!
Nada puede ser posible,
Todos mis anhelos
Inacabables, muertos.

Mis lágrimas incontables
Las palabras mudas,
Casi sin pronunciar.
Mi niñez perdida
Triste mi juventud.

MarinaDuende


El hallazgo
Aquella tarde su madre la había dejado irse al parque a jugar un rato, estaba cerca de casa. Creía que iba a encontrar alguna de sus amigas, pero no fue así, y cómo a ella no le faltaba imaginación para jugar sola, se puso manos a la obra.
Había arena en una especie de arriate, empezó a escarbar para hacer algo, cogió una piedra para ayudarse e hizo un pequeño hoyo, cuando de pronto, tropezó con algo duro.
A principio la niña se asustó porqué vio que aquello era grande, miró a su alrededor por si alguien la observaba y no encontró a nadie, era la hora en que se almorzaba y del descanso, así que volvió a echar la arena encima de nuevo y se fue a casa a contárselo a su madre.
Ésta pensó a quién se lo podían decir, pues la niña dijo que parecía un arma grande, aunque no se había atrevido a desenterrarla entera.
Fueron al cuartel de la Guardia Civil, y apenas la benemérita se presentó al lugar dónde la niña le había dicho,  desenterraron una metralleta, el cañón estaba lleno de arena.
El sargento explicó que hacía unas semanas de pueblos cercanos, persiguió la guardia civil a unos ladrones que habían robado armas, se ve que alguno de ellos para que no le encontrase nada encima, se había parado a enterrarla allí, igual podía haberse tirado allí mucho más tiempo sin saberlo nadie o encontrarlo alguien menos prudente.
Dijeron que menos mal que la niña fue prudente y no le dio por dispararla u otra cosa sino podía haber sido peor.
¡Uff, menudo tropiezo había tenido aquella tarde, que ella pensaba pasárselo bien, se encontró con lo que no buscaba!
MarinaDuende






Garabato

(10_03_2014)



Acurrucado en el hueco del árbol, casi ni respiraba, su corazón latía a un ritmo atropellado, desde allí observaba aquellos pies grandes e incluso sin verle, con una sola pisada le podían aplastar cómo a una mosca.

Le gustaba observar a los humanos en su ir y venir por su comportamiento, los duendes hacían cosas más prácticas, pensaba él de camino a casa.

No obstante usaban unos artilugios, cómo aquella máquina de cortar césped, si no actúa rápido le hubiesen triturado entre la hierba, de menudo peligro había escapado.

Y ¡menos mal! que se hacía invisible, si le vieran ¿qué sería de él? 

MarinaDuende